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Miércoles, 21 Abril 2021 22:28

Las plantas de Atacama, el desierto cálido más árido del mundo

Carlos Pedrós-Alió
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La primera vez que visité Atacama me impactó la ausencia total de vegetación. En mi última visita, lo que me impactó fue que, escondidas en las quebradas, aferradas a alguna rambla, ocultas en la niebla o incluso desafiantes en el desierto más seco del planeta, había muchas más plantas de las que hubiera podido imaginar. Esto era un desafío para mi. Mis viajes a Atacama tenían como objetivo estudiar la vida en ambientes extremos, es decir, los microorganismos que viven en esos ambientes. Para esto Atacama es el paraíso. Hay microorganismos que viven en los inmensos salares en los que el agua está capturada por los iones de sal y por tanto no está disponible para los seres vivos. ¿Cómo se las arreglan para no convertirse en uvas pasas microscópicas? Otros viven en agua hirviendo que surge de fuentes termales y géiseres. Los hay que viven en el interior de las rocas formando un mini ecosistema. Otros desafían la aridez y la exposición a la radiación ultravioleta en los suelos desnudos. Y hasta los hay que forman el barniz del desierto, que cubre de tonos negros y violeta la mayor parte de las rocas. Para vivir en estos ambientes extremos, “mis microorganismos” han desarrollado un abanico impresionante de recursos moleculares. Pero ¿las plantas? ¿cómo puede ser que compartan algunas zonas del desierto con mis microorganismos? Las plantas son seres de una gran complejidad morfológica que las hace menos capaces de tolerar las condiciones extremas. Por eso creemos que si encontramos vida en otros planetas, será vida microbiana. Y, además, las plantas viven realizando la fotosíntesis, que también las hace más sensibles que los seres heterotróficos. Entonces ¿cómo es posible que vivan en Atacama?

Explorando tanto en el desierto como en internet descubrí que tienen casi tantos trucos como los microorganismos. En los oasis de niebla beben la lluvia horizontal que trae la camanchaca. En el desierto florido, aguardan pacientemente en el banco de semillas hasta que caiga una lluvia, a lo mejor en un par de años, a lo peor en diez o veinte. En la Pampa del Tamarugal, los tamarugos (unos árboles de hasta 20 m de altura) crecen sobre una costra salina gracias a la lluvia invertida. Para atraparla extienden raíces 10 o 20 metros hasta la capa freática, alimentada no por las lluvias locales (aquí no llueve nunca), sino por las de la cordillera. Y también están las plantas del altiplano a 4.000 m de altitud, que desafían la escasa humedad, pero sobre todo la implacable radiación ultravioleta, el viento y los cambios de temperatura de hasta 40 grados entre el día y la noche.

Solamente en la región de Antofagasta hay unas 1.000 especies y cerca del 40% son endémicas, un porcentaje excepcional. Por ejemplo, la Península Ibérica es una de las zonas con mayor endemicidad de Europa, pero solamente el 19% son endémicas. De entre ese millar de especies algunas destacan por su rareza como los cactus o las llaretas. Otras tienen flores muy atractivas: grandes y de vivos colores. Y muchas más generan uno de los fenómenos más espectaculares: el desierto florido. ¿Quién se apunta a viajar a este lugar maravilloso? Por si acaso yo me llevaría este libro como guía.