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Lunes, 02 Octubre 2017 17:58

Siempre es tiempo de ciencia

Inés M. Antón
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Vacaciones Vacaciones Inés M. Antón

Tumbona reclinada. Sol. Piscina. Tumbona incorporada. Libro. Tumbona reclinada. Playa. Tumbona incorporada. Libro.

Esos eran los ingredientes esenciales que buscaba para mis vacaciones. Y una condición más, el libro debía ser entretenido y ligero, nada de publicaciones científicas o tesis doctorales como el resto del año. Necesitaba descansar después de un intenso curso académico con clases, evaluaciones, experimentos, corrección de trabajos, congresos, escritura de proyectos, informes de becas, solicitudes, cartas de recomendación y otras actividades puramente administrativas. Las vacaciones tenían que ser reales y absolutas; no iba a pensar en el laboratorio ni en los estudiantes, aspiraba a unos días sin ciencia alrededor. Y en la biblioteca local encontré una novela que cumplía el requisito previo y prometía ser entretenida, contaba la historia de un joven emigrante asturiano en la animada y santera Cuba de los años 50. De acuerdo con la contraportada, el texto prometía aventuras y algo de historia aderezada con política y relaciones humanas; era una loa al esfuerzo, al compromiso y a la amistad sobre unas pinceladas de amor verdadero. Gafas de sol graduadas para poder leer y ¡a por él! (a por el libro, quiero decir). Aspiraba a que mi única preocupación en ese momento fuera lograr que las hojas no recibieran ninguna salpicadura de agua.

Atrapada por la historia llegué al capítulo donde una niña, mientras merienda en el afamado y elegante salón de té regentado por sus padres, le cuenta a un caballero bigotudo que ella tiene miedo de los monstruos nocturnos que hacen ruido en su casa. Para mi sorpresa, ese caballero se llama mister Einstein y le explica que lo que escucha no son monstruos, sino las leyes de la física “contracción y expansión”. Su conversación con la niña conduce a una recomendación final: “recuerda que la mejor manera de vencer a los monstruos es leer libros de ciencia.” Y pienso que realmente Einstein era un sabio.

Las aventuras y los enredos continúan, los malvados todopoderosos acechan constantemente a los trabajadores responsables y respetuosos. La historia de amor profundo y sincero evoluciona entre escenas más relajadas. Y entre medias, a lo largo del libro se van multiplicando las alusiones a historias curiosas sobre el origen de algunas invenciones y se combinan con explicaciones sencillas sobre la teoría de la relatividad o el perro de Pavlov. La autora resume claramente su relación con la ciencia en las siguientes reflexiones “La ciencia me daba las respuestas que una Cuba supersticiosa y obsesionada con el santoral no me sabía responder. Y, para mí, había más magia en mis libros de matemáticas, física o astronomía que en todas las consultas de las viejas echadoras de caracol a las que los habaneros acudían para averiguar su buena fortuna.” Y de repente, surge una nueva alusión a Einstein y a la educación científica. Un personaje comenta a su amiga Gloria que él siempre ha pensado “que la ciencia es para gente más lista que yo” y ella le contesta: ¡De eso nada! Hay ciencia en todas partes. Y por si fuera poco, la jovencita de ciencia como ella se autodenomina, le recuerda que Einstein decía que la ciencia no es más que la curiosidad en el pensamiento cotidiano, así que todos podemos ser científicos. Pienso que la escritora es también muy inteligente.

Fin. Cierro el libro. ¡La ciencia me persigue hasta en vacaciones! La enorme aportación del libro a la divulgación científica me ha convencido y me ha recordado que la ciencia no es una mera obligación laboral sino una parte integrante de nuestra vida. Me ha devuelto al mundo real, donde hay ciencia en todo lo que nos rodea; la ciencia contiene la respuesta a todas nuestras preguntas.  Me reafirma en la creencia de que, como investigadora, debo considerar como parte de mi trabajo compartir mis descubrimientos con otros científicos pero también con la sociedad en términos globales. Los ciudadanos tienen derecho a conocer la producción derivada de su contribución tributaria y altruista, aunque no necesariamente en todos los casos se trate de medicinas o aparatos de aplicación inminente. La ciencia básica, de dudosa traslación inmediata, es esencial para alcanzar la futura ciencia aplicada con beneficios sociales y económicos tangibles. Y transmitir y reforzar estos conceptos no solo es un deber de los científicos. ¡Que bien aprovecha esta escritora la oportunidad de diseminar entre sus lectores la importancia de la ciencia, los inventos y los descubrimientos! Busco información sobre ella y encuentro que desarrolla esta labor también a través de la televisión dirigiéndose a una audiencia que incluye jóvenes. Voy a buscar la manera de contactar con ella para unir esfuerzos en esta apasionante aventura de la divulgación. Ya os contaré que inventamos juntas…