Lunes, 02 Octubre 2017 18:05

Mar de plástico

Carlos Pedrós-Alió
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Contaminación en playa de Malasia Contaminación en playa de Malasia epSos.de [CC BY 2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/2.0)], via Wikimedia Commons

Extracto de un capítulo del libro “Bajo la piel del océano” Plataforma Editorial, Barcelona 2017

 

Polietileno, cloruro de polivinilo (PVC), nylon, polipropileno, metacrilato, bakelita, policarbonato y tantos otros polímeros artificiales que sustentan nuestra vida. Casi todo lo que utilizamos cotidianamente tiene algún componente de plástico. Solamente en Europa, la demanda de plásticos en 2015 fue de 49 millones de toneladas. España fue el cuarto consumidor con 7,7 toneladas. Y en todo el mundo se fabricaron 322 millones de toneladas. Un dato alarmante es que aproximadamente la mitad de estos plásticos son de usar y tirar. Dependemos tanto de los plásticos porque son baratos, fáciles de convertir en objetos diversos y muy resistentes. De hecho, son tan resistentes que se estima que un plástico normal puede tardar 400 años en descomponerse. Basta con pasear por la playa después de una tormenta para encontrar todo tipo de objetos de plástico mezclados con algas y pechinas: una chancleta, botellas de agua, trozos de una palangana, bolsas de patatas fritas vacías, el porexpan que había contenido una hamburguesa, … En las playas más populares, los servicios municipales de limpieza suelen recoger estos restos (tal vez junto a jeringuillas y condones que también son de plástico pero que tiene otra historia) para no espantar a los turistas. En otras playas, grupos de voluntarios se reúnen para limpiarlas. Tanto en un caso como en otro, esa limpieza es factible. Cuesta tiempo y dinero pero se puede hacer en un tiempo razonable. Pero ¿cómo limpiar de restos de plásticos el mar abierto?

El problema es que cada año vertimos unas 50.000 toneladas de plásticos al océano. Las tortugas confunden las bolsas transparentes con medusas, que son uno de sus alimentos favoritos, y luego pueden atragantarse o asfixiarse. Las redes de pesca abandonadas, igual que los aros de plástico de los paquetes de seis cervezas o colas, se enredan en las extremidades o en los cuerpos de todo tipo de animales marinos, de peces a tortugas, aves y mamíferos. De nuevo, se pueden asfixiar, sufrir profundos cortes en la piel, pudiendo llegando a la amputación de una aleta o una pata.

Con el tiempo, la radiación solar hace el plástico quebradizo y poco a poco se va fragmentando en trozos cada vez más pequeños. De modo que en el mar abierto, la mayor parte de los fragmentos visibles miden apenas unos milímetros. Además, el plástico absorbe todos aquellos contaminantes disueltos en el agua que sean algo hidrofóbicos. Así hemos creado unas píldoras de atractivos colores con veneno concentrado. No es extraño que todo tipo de peces y aves se las coman. Dependiendo del tamaño relativo entre bolitas y animal, se puede ocluir el tubo digestivo del animal, matándolo. En otros casos, el plástico atravesará el tubo digestivo con el inconveniente de aumentar la concentración de contaminantes en los tejidos del mismo.

Los únicos seres vivo felices en esta historia son las algas y bacterias que colonizan las partículas de plástico. En un estudio del Mar de los Sargazos se comparó la comunidad bacteriana del agua de mar con la que crecía sobre distintas piezas de plástico flotantes. En el agua de mar dominaban Pseudoalteromonas, Pelagibacter, Oceanospirillum, Rhodospirillum y Cianobacterias, como ocurre en casi todas las aguas marinas superficiales. Pero sobre el plástico había una comunidad particular para cada tipo de plástico, compuesta de una gran variedad de grupos. Esto indica que las condiciones de adherencia y el microambiente es distinto en cada tipo de plástico y, por tanto, cada uno tendrá un proceso de degradación diferente.

¿No sería estupendo que además de adherirse estas bacterias fueran capaces de degradar el plástico? ¿convertirlo en CO2 y agua igual que hacen con el papel, la fruta, la carne y todo el resto de basuras? Así el mar se autodepuraría y no tendríamos que preocuparnos por las toneladas que vertemos constantemente. El problema es que los plásticos son muy resistentes por varias razones: lo estable de los enlaces químicos que los forman, el hecho de que son moléculas tan grandes que resultan difíciles de manipular y que son muy hidrofóbicos, o sea que no se mojan, mientras que las bacterias necesitan un entorno acuoso para realizar sus actividades. Además, son compuestos nuevos en la naturaleza. Los más antiguos como la bakelita solamente existen desde hace unos 100 años. Los seres vivos todavía no han tenido tiempo de encontrar la forma de hincarles el diente.

Aunque esto podría estar cambiando porque ya se han aislado al menos tres bacterias distintas capaces de “comer” plástico. En 2014, un grupo de investigación chino comprobó que las larvas de la polilla de la harina (Plodia intermedia) podían comer polietileno. Estas larvas se alimentan de frutos secos, harina o cereales completamente secos. Pero además pueden abrirse camino a través de los envoltorios de plástico mordisqueando y tragándose el plástico. Los investigadores tuvieron la idea de que eso solamente era posible si las larvas tenían en su intestino bacterias con la capacidad de degradar el plástico. Y, en efecto, aislaron dos bacterias del intestino de las larvas capaces de degradar parcialmente el plástico, Bacillus sp. y Enterobacter asburiae.

Más recientemente, en 2016, un grupo japonés publicó el aislamiento, a partir de un suelo contaminado con plásticos, de una nueva bacteria que llamaron Ideonella sakaniensis capaz de crecer degradando polietileno tereftalato (PET). Para ello la bacteria disponía de dos nuevas enzimas. Si estos resultados se confirman, se podrían introducir los genes que codifican esos dos enzimas en bacterias domesticadas y utilizarlas para degradar el PET sin contaminar el océano. Pero, un momento. ¿Qué pasaría si estas bacterias fueran capaces de esparcirse libremente por todas partes y empezaran a comerse el plástico que nos rodea? En mi oficina puedo ver mi pupitre deshaciéndose, las carcasas de mi ordenador y su pantalla, los bolígrafos, la montura de mis gafas, las hojas y carpetas en las que archivo mis documentos, los tornillos que sujetan mi silla, mi silla anatómica con excepción de la ruedecillas de metal, la carcasa del móvil y un sinfín de soportes para la electrónica de portátiles, iPads, móviles, una buena parte de las fibras de mi ropa… En fin, nuestro mundo se desmoronaría por completo. Afortunadamente, ya sabemos cómo funcionan estas cosas. Llevamos miles de años aprovechando polímeros que son biodegradables pero que aguantan lo suficiente, como la madera por ejemplo. Como en todo, tendremos que encontrar un equilibrio entre la fabricación y la degradación de los plásticos, pero lo que no podemos hacer es seguir tirándolo todo al mar.

Hace unos pocos años Andrés Cózar, de la Universidad de Cádiz y los científicos que participaron en la campaña Malaspina 2010, a bordo del buque de investigación oceanográfica Hespérides, pudieron comprobar que, efectivamente, la concentración de restos de plásticos era mucho más alta en los grandes giros oceánicos. Como siempre, el periodismo amarillo exagera de forma dramática hablando de “islas de plástico”. No hay ninguna isla. De hecho, la mayor parte de los fragmentos son tan pequeños que a menos que el mar esté muy calmado son difíciles de ver. Pero si uno recoge las muestras de forma adecuada y realiza los recuentos, ahí es donde se acumula el plástico y ahí es donde papá y mamá albatros lo recogen pensando que han encontrado una singular golosina. Los polluelos se la tragan, con todos los contaminantes que el plástico ha absorbido y algunos mueren ahogados. Y los albatros no son los únicos. Se han encontrado restos de plásticos en los estómagos de 63 de las 250 especies de aves marinas, así como en muchos otros seres vivos, desde pequeños peces hasta grandes mamíferos.

Durante mucho tiempo, la humanidad ha vivido pendiente del hambre. Luego, en una buena parte del planeta hemos conseguido independizarnos de ese hambre con una agricultura y ganadería muy productivas. Pero en ese proceso no nos hemos preocupado del coste que estas actividades representaban para el entorno. La agricultura, por ejemplo, ha alterado el aspecto del 40% de la superficie terrestre. Y nuestras actividades están cambiando el clima a base de producir CO2. Además vertemos una cantidad ingente de residuos de todo tipo a los ríos y al mar. Durante mucho tiempo se pensó que “la dilución era la solución”. El océano es tan inmenso que no importaría echar unas cuantas toneladas de cocaína, o de petróleo, o de antibióticos. La virtud del plástico es que no se degrada y que se ve. Está ahí, en los grandes giros oceánicos y en los tubos digestivos de los albatros. No va a desaparecer. Es la prueba palpable de que somos culpables. Los seres humanos éramos inconscientes de los desastres ecológicos que causamos en el pasado: la extinción de los grandes mamíferos, la transformación de bosques en campos de cultivo, el uso extensivo de herbicidas, de compuestos radioactivos y otros venenos… En efecto, pensábamos que la dilución era la solución. Pero ahora, con la evidencia del plástico además de muchas otras, ya no podemos escondernos. Nuestro pequeño planeta está contaminado, está cambiando y nosotros somos los responsables. Para mí, esta es la verdadera expulsión del paraíso, la pérdida de la inocencia. El 19 de julio de 2013, cuando la sonda Cassini, estaba en las cercanías de Saturno, tomó una imagen de nuestro planeta. Se ve un fondo completamente negro, una estrellita. Es la Tierra. Nuestra casa. Y justo un poquito abajo está la Luna, hasta ahora el punto más alejado del Universo al que hemos llegado los seres humanos. Me gustaría pensar que sabremos tomar las medidas para que nuestros nietos puedan seguir disfrutando de una naturaleza razonablemente limpia en ese puntito de luz.

 

Cassini

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